Uno para todos y todos para uno.


“Uno para todos y todos para uno”. Seguro que Alejandro Dumas jamás pensó que el famoso grito de los mosqueteros se fuera a convertir en el resumen perfecto de lo que es la globalización que estamos viviendo.

Un fenómeno mundial que no pide permiso a la gente para influirles. Somos víctimas inocentes del mismo. Desde los más pequeños de la casa, hasta los más mayores. Desde las profesiones más ilustradas, a los oficios con más tradición. Porque todos formamos parte de la globalización a la vez que generamos esa misma globalización.

Uno de los errores más comunes es plantearte la globalización con los valores educativos con los que fue formada mi generación. El pupitre, pizarra, cuaderno, deberes y fuentes de información han variado y se han ampliado de una forma tan grande que si metiéramos a un niño actual en un aula de hace 25 años apenas reconocería el entorno salvo por un detalle: las personas. Ahora, las fronteras no las marcan las líneas de los mapas que separaban los países. Ahora la marca la velocidad de la ADSL de tu conexión con la que accedes a Internet. Un buffet libre de contenido ante el que no debemos sorprendernos, debemos verlo con los mismos ojos de los niños de hoy en día.

En mi opinión, la mayor virtud de la globalización es la facilidad que tienes para formar parte de lo que quieras de la forma que más te apetezca. Puedes saber lo que sucede en Japón a tiempo real a la vez que visualizas un terreno que te quieres comprar en el pueblo de la madre de tu esposa. O puedes estar viendo a tu primo de China en una videoconferencia mientras te descargas el último éxito de tu grupo favorito (pagando, claro). Los límites los marca la propia legislación de cada país y, sobre todo, la moral de cada persona.

Pero no todo son ventajas. De hecho, en paralelo se está produciendo otro fenómeno como consecuencia de la globalización: la deshumanización. El contacto entre las personas cada vez es más prescindible. Ya no nos necesitamos. El clic del ratón sustituye a las palabras. Los emails están terminando con las cartas y SMS reducen el número de veces que descuelgas para hablar con tu familia, amigos... Ya no necesitamos movernos de casa para hacer prácticamente nada. El problema es que resulta tan cómodo adaptarse a esta nueva filosofía de vida que los que nos resistimos quedamos clasificados como carcas o nostálgicos de un pasado que no volverá.

En mi opinión, el segundo gran problema que genera la globalización es la pérdida de identidad. Las minorías quedan aplastadas por el peso de las mayorías. Las modas se imponen tan rápido como se pierden las costumbres y hábitos propios.
Y aquí estoy yo, quejándome de la globalización en un blog...

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