Nadal no tiene caries


Limpia con su Nike la línea de saque. Se mete una de las pelotas en el bolsillo. Bota la otra bola al mismo tiempo y, casi sin pensarlo, con la mano derecha se libera el centro de su trasero de las incomodidades de su gallumbo.



Nadal es un hombre de costumbres en la pista. Es tal la familiaridad que tenemos todos con él que ya nos atrevemos a llamarle Rafa. Su diccionario tiene arrancada la letra D, porque ahí aparece las palabra "derrota", y él no quiere conocer su significado. Su bisoñez imberbe la disimula con la contundencia en el juego que le da su inquebrantable madurez. Parece un animal dentro de la pista. Fuera de ella, es uno de nosotros. Sencillo, tímido, educado y reservado. Un tío normal.

Los dentistas sufren con él. La tradición que instauró de morder el trofeo cuando ganó su primer torneo ATP en Brasil en 2004 aún no la ha perdido. Pero su dentadura es perfecta. Ni una caries desde entonces. Cada vez muerde con más ganas. Su apetito con la raqueta en la mano no conoce de dietas. Sus ansia de victoria se ha convertido en gula para él y anorexia para sus adversarios.

Hasta su llegada, a los tenistas españoles se les podía recitar de memoria su palmarés. El Wimbledon de Santana. El Roland Garros de Moyá. El Máster de Corretja... Pero cuando empiezas a recordar el de Rafa te pierdes. La única forma de ser exacto es consultarlo en su web. 35 títulos individuales, entre los que destacan 14 Máster Series y seis Grand Slams, son demasiados para soltarlos de carrerilla. Yo ya he desistido. Con sólo 22 años no quiero ni imaginarme hasta donde puede seguir creciendo su sala de trofeos.

Quizá no seamos del todo conscientes de lo que significa Rafa Nadal. Su figura crece con cada torneo que juega. Parece perfecto. Sin fisuras. Una mente privlegiada. Un físico portentoso. Y, sobre todo, una humildad poco común en un número 1. A sus rivales los degolla dentro de la pista. No es el que saca más fuerte, ni el que tiene el mejor revés. Su drive tampoco está entre los mejores del circuito. Pero su mirada es la más fiera de todas. Su capacidad para mantener la concentración durante el tiempo que duran sus partidos es comparable a la de un jugador de ajedrez. Moldea los puntos con paciencia hasta que decide que es el momento de dar el jaque mate. Hay que aprovecharle. Le echaremos de menos cuando decida retirarse.

1 comentario: