Un chorizo que se vende muy caro


La semana pasada mantuve un encuentro informal (me encanta este eufemismo) con unos cuantos amigos. Ya se saben cómo son estas reuniones. Empiezas hablando de qué tal te van las cosas en la vida y terminas discutiendo sobre las cosas más variopintas. Finalmente, no fuimos capaces de dar con la tecla para solucionar los problemas del mundo, aunque por momentos, estoy seguro de que no andamos lejos. Pero el instante cumbre de nuestra charla se alcanzó cuando pusimos sobre la mesa el nombre de Julián Muñoz.

Pues sí, el novio-amante-confidente de nuestra Isabel Pantoja provocó una batalla dialéctica entre nosotros digna de ser reflejada en mi blog. La discusión comenzó cuando intentamos definir el papel que tienen que hacer los medios de comunicación con las personas que han cometido delitos de los que se intentan lucrar vendiendo entrevistas. Los que pensaban como yo, defendíamos la indecencia de este tipo de malandrines. Es intolerable que presuman (¿o se arrepientan?) del acto delictivo ante la opinión pública. Pero también nos parecían deplorables los medios que les pagan con el único objetivo de ganar audiencia. Como periodista, considero que la ética de nuestra profesión debe estar muy por encima de chorizos y vividores. No me gusta que se rían de nosotros y que, además, les paguen su mofa. Me avergüenza.

Por otro lado, había una clara oposición a nuestra postura. Defendían la libertad de expresión. Cada medio de comunicación puede decidir sus propios contenidos. En su defensa tengo que decir que coincidíamos cuando hablábamos del papel de los medios públicos. Sus contenidos sí que tienen que seguir unos criterios en los que Julián Muñoz no tiene cabida. Sin embargo, en los privados mantenían que la censura tenía que llegar de los ciudadanos cambiando de cadena o no comprando la revista de turno en la que han vendido la exclusiva.

Las dos formas de enfocarlo tienen su lógica. Lo idílico sería sentarse tranquilo a ver la tele. Relajado porque no vas a ver el bigote mustio de Julián Muñoz vendiendo su inocencia. No creo que sean tan difícil para que los medios de comunicación privados lleguen a algún tipo de acuerdo para luchar todos con contenidos de cierta calidad. Unos contenidos en los que los que golfos, vividores, bergantes y granujas no tengan cabida. Con las mismas armas, no hay privilegios.

La Caja Mágica sólo es para VIPS


El otro día me acerqué a la Caja Mágica para ver una jornada del Master Series Tenis de Madrid. Había escuchado muchas críticas en los medios de comunicación sobre las instalaciones. Que si aún había cosas que rematar, que si no era fácil aparcar gratis en la caja mágica, que si no había descuentos para las entradas, que si no se conocían los horarios de los partidos, que si patatín, que si patatán… Sin embargo, mi sorpresa fue comprobar que es un torneo muy clasista.

Pues sí, dos niveles claramente diferenciados: los VIPS y los que no lo somos. Y me incluyo con orgullo en los del segundo grupo. Me explico. Nada más llegar a la Caja Mágica te llama la atención ver a gente que por su indumentaria parece que va a asistir a una boda. ¿Se casaría Rafa Nadal? No, el número uno del tenis mundial no iba a contraer matrimonio, sólo iba a jugar al tenis. Pero mucho me temo que los VIPS no iban a verle jugar. Iban a presumir de su condición social, superior a la del pueblo llano que fuimos con nuestros Jeans comprados en una oferta en el Springfield. Me hizo gracia ver cómo se miraban unas a otras con recelo, comparando su elegancia o, mejor dicho, el precio de sus vestidos. Absolutamente ridículo.

Cómo llegar a la Caja Mágica
Llegar no les es difícil. La cosa no es la dirección de la Caja Mágica, sino lo que hay detrás. Quizá su ego quedó aumentado en el momento en el que para aparcar tenían que hacerlo en su propio parking, claramente diferenciado para que no entrara nadie que no debiera: “PARKING VIP”. Una vez que entrabas a la Caja había dos zonas de ocio: para los VIPS y para los que debíamos de “oler mal”. La pista principal Manolo Santana también tenía dos partes diferencias, la parte que estaba más cerca de la tierra batida y donde mejor se veía a los tenistas estaba ocupada por los palcos VIPS, la parte superior, en donde hay que tener mejor vista, para los demás.

¿Very Important People? ¿Son ellos más importantes que el resto? Todo lo contrario. Hasta donde yo sé, todos somos iguales. Es mi forma de ser. No me gusta mirar a nadie por encima del hombro, pero tampoco que me miren por encima del mío. La condición social no la da el número de ceros que tengas en tu cuenta corriente. Te la da tu forma de ser y relacionarte con los demás. La Caja Mágica es un complejo público pagado con los impuestos de todos, incluidos los que no somos VIPS. Tenemos todo el derecho del mundo a intentar acceder a los mismos sitios. Porque es tan mía como suya.

Para finalizar me quedo con una anécdota. Los jugadores de tenis tienen la costumbre de tirar sus muñequeras o cintas del pelo totalmente sudadas al público cuando finalizan sus partidos. ¿Quiénes las reciben? Los más emperifollados. Que se jo… fastidien. Que se vayan a casa con su traje de Dior de 6.000 euros oliendo y pringado de sudor. ¡Porque Nadal suda, y mucho!

Me perro ha salido del armario


Un fracaso total y absoluto. Toda la fe que tenía depositada en mi Guga la he perdido de golpe. Su cita con Cris ha sido un desastre.
No voy a ser abuelo y por lo visto, tardaré en serlo. Mi perrillo ha pasado de ser Arturo Fernández a Boris Izaguirre. Le pusimos una novia en bandeja, pero pasó de ella... Quizá acusó la presión que le metimos. Demasiadas miradas puestas en un perro de sólo dos años. Pero, ¿la pasión tiene edad? Se ve que en los perros sí. O mejor dicho, en mi perro sí, Comenzaré por el principio. Tal y como había acordado, Cris vino a mi casa vestida de gala. Un kiki muy fashion en su flequillo bocetaba lo que todos creíamos que iba a ser una cita romántica. A favor de Guga hay que decir que la perrilla es un poco estirada, y a Guga no le gustan que vayan de guay.


Tenía todo preparado. Le alquilé en el videoclub Bolt, que según parece, es todo un fenómeno de masas entre los canes. No contento con eso, me rogó que le prestase la vajilla que me regalaron por mi boda para comer su pienso. Entiendo que su bol de plástico no ofrece mucho glamour, pero tampoco era para ponerse tan exigente. Como en el fondo soy un blando, accedí y, ademas, le lavé sus peluches para que no pensara que nuestra familia no es limpia.


Pero con este escenario tan ideal, Guga se vino abajo. Enseguida nos dimos cuenta de que el proyecto le venía grande. Su nueva novia estaba resabiada. Venía a lo que venía. A nada más. Sus ganas por quedarse embarazada contrastaron con las de Gustavo, que por lo visto, apostaba por ir más despacio, sin prisas, dejando que el tiempo se convierta en el director de la relación.

Tras olisquearse sus respectivos traseros con toda la dulzura del mundo, todo parecía que iba a ir sobre ruedas. Sin embargo, cuando Cris ya estaba dispuesta a desmelenarse (en su caso quitarse el kiki), Guga reaccionó y dio marcha atrás. Cada vez que ella se intentaba acercarse a buscar su cariño él daba un salto y retrocedía. Yo no daba crédito ¿Sería manso mi perrillo?


Pues no, manso no es. Ni tonto tampoco. Utilizó una estrategia con la que no contábamos ninguno de nosotros. Tras evitar un nuevo envite de Cris, se fue directo a por uno de sus peluches con el que se entregó a fondo. Nuestra invitada no se lo creía, estaba copulando con un muñeco comprado en el Alcampo. Por si fuera poco la ofensa, terminó el acto echándose una cabezadita.
En mitad de su siesta me llamó la dueña de Cris. “¿Qué tal va la cosa…?” Yo, con lo que presumí de Guga el día anterior sacando pecho y vendiéndole como el mejor método para la falta de apetito sexual me vi en la obligación de recular. Resignado la dije que mucho me temía que si Cris estaba embarazada no sería por culpa de Gustavo.


Acordamos que al día siguiente les daríamos otra oportunidad. A lo mejor la primera cita no funcionó porque no se conocían. O porque yo no dejaba de hacerles fotos con la digital… Pero la dueña de Cris se lo pensó mejor. Nos ha dado plantón. No apareció. Ni nos llamó para excusarse. Ella se lo pierde. Que analice por qué Guga prefiere un peluche a la pijita de Cris. Y si piensa que mi perrillo está desolado, pues no, sigue echándose la siesta.

Mi mascota tiene una cita




La fina línea llamada destino que rige el día a día de todos y cada uno de nosotros es muy caprichosa. Nunca sabes por dónde te va a llevar.

Ayer, fui a dar el paseo nocturno de rigor con mi perro Guga (diminutivo en Brasil de Gustavo) cuando tuvimos que hacer un alto en nuestros pasos. El motivo se llamaba Cristina. Una perrita de la misma raza que empezó a coquetear con mi Guga. Claro está, a nadie le amarga un dulce, y a mi perro tampoco. Sobre todo cuando escucha a la dueña de Cris decir que su perrita está en celo y triste porque venía de un intento frustrado de apareo con otro perrillo. Estaba preocupada. Muy preocupada ante la recién descubierta frigidez de su mascota.

Lancé un suspiro al aire tras comprobar la ingenuidad de mi nueva amiga. Gustavo es el remedio. Es capaz de resucitar el apetito sexual hasta de un muerto. Si en casa no deja de "encalomar" a su amigo de peluche Rocky, no quiero ni pensar lo que haría con una perra de verdad. Mientras yo seguía con mis reflexiones, Guga ya había empezado a engatusar a Cris. Aunque la perrilla se mostraba un poco reacia al principio, no tardó en ceder ante los encantos de mi perrillo. Nadie huele el trasero con tanta dulzura y estilo como mi Gustavo.

“Pues no lo entiendo, si al otro no le hacía ni caso”. Las palabras de la dueña de Cris reflejaban una realidad. Comparar a mi perro con otro de su raza es como comparar el chope con el jamón de jabugo. Es un galán. Es el Arturo Fernández del mundo de los canes. Él lo sabe y lo utiliza para provocar la sensación de deseo entre sus presas.

“Si quieres mañana llevo a Cris a tu casa… que se la va a terminar el celo y no va a quedarse embarazada”. Dicho y hecho. Cerramos la cita y ahora estamos a la espera de ver cómo resulta el acontecimiento. Guga está algo nervioso. No es lo mismo torear de salón que en la plaza ante un morlaco de 600 kilos. Ha ordenado sus juguetes y me ha pedido que le ponga su jersey rojo, su favorito. Ya le he dicho que con cerca de 30 grados de temperatura no es muy conveniente ir tan abrigado, pero él insiste. No soy muy amigo de dar consignas, pero le he recomendado que sea amable y que no piense que la vida es una secuencia sacada de la película la Dama y el Vagabundo porque si sueña con repetir la escena del espagueti, se los tendrá que cocinar él.