"Entras sano y sales enfermo"


A ver, a ver… si mal no recuerdo la ministra de Sanidad es la señora Trinidad Jiménez. Pues este post va dedicado a ella. Me encantaría que si algún día lo lee lo haga desde el Hospital Clínico de Madrid, en concreto desde el Pabellón 7. Supongo que entendería muchas de las cosas que quiero reivindicar, porque, sinceramente, espero que no tenga conocimiento de la situación que allí se vive. De no ser así, que se dedique a otra cosa de forma urgente. De lo que estoy seguro, y me apuesto en ello mi nómina de desempleado, es que allí no tiene a ningún familiar ingresado.
Me explico. El otro día hice de chófer para acercar a mi madre y a mi abuela a la revisión de la vista de la última. Cuando llegué, el primer problema fue aparcar. Entiendo que me podrían contestar que si hubiera ido en transporte público no hubiese tenido este problema, pero mi abuela tiene más de 80 años y no está para subir y bajar escaleras mecánicas. Además, desde la estación más cercana de metro hay unos 500 metros, y recorrerlos con 35 grados de temperatura no es lo más recomendable. Pero lo peor no es que no hubiera sitio para dejar el coche, sino que encima había aparcacoches de raza negra que te señalaban los huecos libres (además, en zonas prohibidas). No me gusta dar nada a los jetas, pero el riesgo de que mi coche sufriera daños involuntarios no me atraía, por lo que dejé a mi familia en la puerta y aparqué a diez minutos andando.

El Hospital es espantoso. Una vez que entras allí la luz es deprimente. Parecía que íbamos a una reunión clandesitina de alguna asociación secreta prohibida. Te dan ganas de salir corriendo. En fin, nos tocó subir a la planta quinta. Hay mucha gente esperando, pero en vez de tener ascensores amplios los hicieron con capacidad máxima de cuatro personas. Todo un acierto para empezar a perder la paciencia. Luego allí no es tan fácil entrar a que te vea el médico. Antes, hay que entregar una hoja con la cita a una enfermera que sale de higos a brevas de la consulta. Mi madre se sabe el proceso, pero una persona mayor que vaya sola no tiene por qué conocerlo, ya que no está indicado por ninguna parte. Mi abuela se quedó esperando. Intentó ir a la sala de espera, pero qué casualidad, estaba llena. Los de Sanidad lo han maquillado colocando unos bancos suplementarios en los pasillos que dan entrada a las consultas, con el consiguiente follón que se forma. Ahí sí que había un sitio libre.

Una vez entregado el papel, mi madre y yo esperamos de pie a la espera de que llamaran a Carmen Recio, mi abuela. Estábamos situados al lado de ella, en el pasillo. Además de la incomodidad, el principal problema es que había enfermeras transportando a los enfermos en camilla, para lo cual tenían que pedir que nos apartáramos a viva voz. La cara de los enfermos era todo un poema. Imaginaros que estáis recién operados y que os llevan a vuestra habitación haciéndose un sitio entre un pasillo de decenas de personas que te miran con curiosidad. Daban ganas de dar ánimos o una palmadita en la espalda al operado mientras le veías pasar cariacontecido delante de ti.

Otra cosa interesante es la forma en la que llaman a los enfermos: por megafonía. Había una persona que cada vez que reclamaba a alguien probaba antes el micro, como si de un karaoke se tratara. También resulta gracioso como cuando llamaban a alguien que su nombre empezaba por María todas las que se llamaban así, por acto reflejo, hacían amago de levantarse, aunque luego sólo una fuera la elegida. Una vez que llamaron a mi abuela a la consulta, tuvo que esperar otra hora a que la volvieran a ver otra segunda vez, lo que sumado a la hora anterior nos da un total de 120 minutos de espera. Sigo sin entender por qué no le hicieron todo el chequeo de una sola vez. Mi abuela y mi madre tampoco lo entienden.

En fin, cuando ya salió mi abuela y nos íbamos a la calle aún tuvimos que esperar otro trámite. En la planta baja había que coger un número de un aparatillo idéntico de los que utiliazan la pescadería para pedir la vez. Ahí tuvimos suerte, sólo tuvimos que esperar media horita (ya vamos por las dos horas y media). Mi madre, que veía mi cara de cabreo, me consoló: “No te quejes, que hoy hemos tardado poco en comparación a otros días”. Lo que más me hace pensar es que de todas las personas que vi allí no había nadie que fuera marquesa o millonaria. Era gente sencilla y normal que no se merecen estar tres horas para una consulta de cinco minutos. La situación queda resumida en una de las frases celebres de mi abuela: “Entras allí sano y sales enfermo”.

2 comentarios:

  1. Ignoro el caso en particular de tu abuela, pero es posible que le tuvieran que poner cicloplégicos (anestesiantes del ojo, por decirlo de alguna forma) que evitan que el cristalino acomode, vamos, para que lo entiendas, para que la graduación sea lo más exacta posible.

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  2. Dicho lo cual, aprovecho para cagarme en la puta madre de todos los que han hecho de la sanidad de Madrid una puta mierda.

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