Vamos a contar mentiras tralará.


politicos mentirosos

Estoy cansado de los políticos hasta decir basta. Son todos iguales.  Da igual el partido, el talante, la dirección de la raya del pelo o los empastes que tengan. Todos son iguales.


El objetivo de todos ellos es llegar a ser políticos. Se vive muy bien con esa profesión. Yo les quitaría los espejos para que no se gusten tanto. Buen sueldo, mesa sin reserva en cualquier restaurante, amigos dándote palmaditas en la espalda, entradas gratis en los palcos de fútbol para ver los partidos de Champions. Pero sobre todo, poder para hacer y deshacer, para decir y desdecir, para mirar o para cerrar los ojos.

Veo dos problemas comunes a todos ellos que destacan sobre el resto. Dos verdades como los puños de Muhammad Ali que cada vez son más evidentes y que nos están haciendo mucho daño porque, además, es la imagen que transmitimos al exterior. Una imagen casposa que es un fiel reflejo de nuestra clase política:

-        1.   Mienten más que hablan. En mi casa de pequeño me caían broncas gigantescas cada vez que engañaba. Porque mentir es engañar. Mis padres me exigían pedir perdón y a asumir el castigo que me imponían con resignación cristiana. Las penas que me imponían me servían para reflexionar y para darme cuenta que con la verdad se llega más lejos. Algo más lento, pero mucho más lejos. Además, me obligaban a pensar las palabras antes de hablarlas. La consecuencia es que me di cuenta de que el pensar que iba a ocurrir algo no era suficiente como para darlo como certeza. Aquí los políticos te prometen pleno empleo con alegría. Otros que no habrá recortes sociales. Algunos que no habrá copago. O que no subirá el IVA. Pero da igual si no se cumple, tienen cuatro años de margen como mínimo hasta que el poder de las urnas les frenen.  ¿No se les cae la cara de vergüenza cuando toman alguna de estas medidas y luego se ven en los vídeos defendiendo a ultranza justo todo lo contrario? ¿No piensan en dimitir? ¿No tienen el más mínimo sentimiento de culpa? Ya contesto yo. La respuesta es NO.



-         2. Piensan que somos tontos. Y además, tontos del culo. De verdad que no encuentro otro motivo que justifique los discursos políticos que nos regalan. Son insultos al sentido común. Se las ingenian para buscar eufemismos que maquillen una realidad que sufrimos todos. El Gobierno vende mentiras a la vez que la oposición regala falsas ilusiones. Por fortuna o desgracia, a los bolsillos no se les engaña. Si hay poco, ahora hay menos. Y si no hay, pues no hay. Los discursos de traje y corbata son lamentables y tienen como único fin el que ellos parezcan los buenos y que, encima, tengamos que agradecerles su labor.



Pues si unimos los dos problemas nos sale la fómula que utilizan con nosotros:  nos mienten más que hablan porque piensan que somos tontos. Menos mal que nos queda la Casa Real

Uno para todos y todos para uno.


“Uno para todos y todos para uno”. Seguro que Alejandro Dumas jamás pensó que el famoso grito de los mosqueteros se fuera a convertir en el resumen perfecto de lo que es la globalización que estamos viviendo.

Un fenómeno mundial que no pide permiso a la gente para influirles. Somos víctimas inocentes del mismo. Desde los más pequeños de la casa, hasta los más mayores. Desde las profesiones más ilustradas, a los oficios con más tradición. Porque todos formamos parte de la globalización a la vez que generamos esa misma globalización.

Uno de los errores más comunes es plantearte la globalización con los valores educativos con los que fue formada mi generación. El pupitre, pizarra, cuaderno, deberes y fuentes de información han variado y se han ampliado de una forma tan grande que si metiéramos a un niño actual en un aula de hace 25 años apenas reconocería el entorno salvo por un detalle: las personas. Ahora, las fronteras no las marcan las líneas de los mapas que separaban los países. Ahora la marca la velocidad de la ADSL de tu conexión con la que accedes a Internet. Un buffet libre de contenido ante el que no debemos sorprendernos, debemos verlo con los mismos ojos de los niños de hoy en día.

En mi opinión, la mayor virtud de la globalización es la facilidad que tienes para formar parte de lo que quieras de la forma que más te apetezca. Puedes saber lo que sucede en Japón a tiempo real a la vez que visualizas un terreno que te quieres comprar en el pueblo de la madre de tu esposa. O puedes estar viendo a tu primo de China en una videoconferencia mientras te descargas el último éxito de tu grupo favorito (pagando, claro). Los límites los marca la propia legislación de cada país y, sobre todo, la moral de cada persona.

Pero no todo son ventajas. De hecho, en paralelo se está produciendo otro fenómeno como consecuencia de la globalización: la deshumanización. El contacto entre las personas cada vez es más prescindible. Ya no nos necesitamos. El clic del ratón sustituye a las palabras. Los emails están terminando con las cartas y SMS reducen el número de veces que descuelgas para hablar con tu familia, amigos... Ya no necesitamos movernos de casa para hacer prácticamente nada. El problema es que resulta tan cómodo adaptarse a esta nueva filosofía de vida que los que nos resistimos quedamos clasificados como carcas o nostálgicos de un pasado que no volverá.

En mi opinión, el segundo gran problema que genera la globalización es la pérdida de identidad. Las minorías quedan aplastadas por el peso de las mayorías. Las modas se imponen tan rápido como se pierden las costumbres y hábitos propios.
Y aquí estoy yo, quejándome de la globalización en un blog...

La generación "no-no"

generacino no-no


Ya tenemos cinco millones de parados entre lo que se incluye un cuarenta por ciento de desempleados entre los más jóvenes.Los brotes verdes no pasan de ser eso, brotes. Los partidos políticos lo hacen tan bien que han pasado a convertirse en una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos. Problemas, problemas y más problemas. Pero por encima de todos destaca el pesimismo de las nuevas generaciones.

Debemos mirarnos el ombligo y hacer un poco de reflexión y autocrítica. Hay un obstáculo grande que es nuestra negativa permanente a aceptar nuevas ideas y soluciones. El tema está claro, si seguimos igual la situación no cambiará. Pero algo grave ocurre en esta nueva hornada que sólo sabemos decir “no”. Hemos invertido el orden lógico de la lógica. Primero decimos “no” y luego escuchamos:

- ¿Trabajar por productividad?

–No.

- ¿Resignarse a aumentos salariales equivalentes al IPC?

- No.

- Entonces…

- No.

- Y si…

- No, que te he dicho que no.

- Pero si aún no te he propuesto nada.

- Que no, seguro que salgo perdiendo.

La desconfianza es muy mala. Compararte con el que tienes al lado para criticar lo que tú no tienes se llama envidia. Hay que observar qué hace y cómo lo hace para obtener sus mismos resultados. Al final son siempre los mismos los que alcanzan metas. Los que se quedan detrás pierden el tiempo lamentándose en vez de invertirlo en cambiar su forma de hacer las cosas.

Ahora que viene un año de elecciones, tanto municipales como nacionales, espero que en vez de criticar, se propongan soluciones para la crisis. Que en vez de señalar al que lo ha hecho mal, se busque al que lo ha hecho bien. Que se cambie la mentalidad de una nueva generación “no-no” para que vean siempre el vaso medio lleno. Yo daré mi voto al partido que me regale dos letras en su slogan de campaña: “SÍ”.

Consejos y advertencias para ir al gimnasio

Dejar de fumar, aprender inglés, apuntarse al gimnasio… muchos son los proyectos que te planteas llevar a cabo con la inauguración del nuevo año. Como no fumo, y el tema de los idiomas lo tengo algo abandonado, voy a contar mi experiencia en el gimnasio. No puedo decir que sea mala. Tampoco que haya sido buena. Ha sido complicada y, sobre todo, irregular.

Dos veces he estado apuntado. La primera de ellas fue en 2002 y estuve un mes. Sí, sólo un mes. Fue en un gimnasio del barrio de Aluche llamado Kushiro. El mejor ejercicio que hice fue el pagar sólo 30 días. Según entré, el monitor me preguntó si mis padres "habían querido tener una niña" en cuanto me vieron levantar mis primeras pesas. De acuerdo que no me caracterizo por tener la fuerza de un luchador grecorromano, pero no sé, lejos de motivarme consiguió que los otros 29 días sólo corriera en la cinta e hiciera bicicleta.

Ocho años tardé en superar el trance. Junto con mi amigo Diego nos apuntamos a una promoción de
Paidesport Parquesur en Leganés. Seis meses al precio de cuatro. El plan no tenía ningún tipo de fisuras. No, no las tenía. Un monitor nos pondría un plan personalizado de acuerdo a las características personales de cada uno. Después de una exigente tabla de ejercicios, continuaríamos con unos largos en la piscina, para relajarnos en el jacuzzi antes de rematar y soltar lastre en la sauna o baño turco. ¿Quién podría resistirse?

Esta vez tenía claro que mi primer día sería diferente. Había que dar otra imagen y qué mejor forma de hacerlo que entrar con un renovado vestuario.
Chándal de marca, pantalón corto, camiseta a juego, chanclas a estrenar, toallita para el sudor, toalla para la piscina y toallón para la ducha. Sólo había un problema: olíamos a nuevos, a novatos.

Salimos con paso firme a la sala de máquinas. Decenas de personas sudorosas chocaban frontalmente con nuestro
cuidado look. No hubiera hecho falta que nos presentáramos a nuestro monitor, era evidente que era nuestro primer día. Mirada de arriba abajo, suspiro y entrega de hoja con el plan físico. En esta ocasión no me iba a arrugar, iba a cumplir a rajatabla las duras exigencias del guión.

Para desentumecer músculos y empezar a sudar, un poco de bici o cinta estática. Para hacer más amenos los 10 ó 15 minutos que estábamos, había unos televisores. Lo normal sería que tuvieran
canales deportivos, o incluso videos musicales. Pero nosotros teníamos en todos los monitores de 32 pulgadas a El Diario de Patricia. Y es que también hay tiempo para el amor en el gimnasio: entre pedaladas y zancadas hemos visto unas cuantas reconciliaciones de parejas en el programa. También alguna separación, pero al final, siempre te quedas con lo bueno.

Después nos esperaban los terribles
aparatos de musculación. Yo no sé quién los inventa, pero hay algunos más agradecidos que otros. En algunos te sientes un completo inútil, pero en otros te disfrazas de Sansón. Pero lo peor de todo son los espejos con los que decoran las paredes. Si ya te sientes mal por dentro, no es necesario que te veas lo mal que te sientes por fuera. La cara de sufrimiento que teníamos se unía a los gritos de nuestros músculos pidiendo clemencia ante la dosis de agujetas que se les venía encima.

No quería volver a tocar el tema de las pesas, pero me veo en la obligación de contar una anécdota que refleja nuestro estado físico. Mientras que la gente ponía varias pesas en la barra para realizar los ejercicios, nosotros sólo poníamos la barra, sin pesas. Verse en el espejo levantando una barra que parece el palo de una escoba es gracioso para los demás, pero
retorcidamente humillante para el protagonista.

Menos mal que luego viene la piscina.
Lo peor de todo es el gorro. ¿Habrá alguien al que le siente bien? Lo bueno es que no hay espejos que te lo recuerden, pero la sensación de que estás muy feo no hay quien te la quite. Por lo demás, tengo que felicitar al que elegía la temperatura de la obligatoria ducha que hay que darse antes de darse el chapuzón. Seguir en su puesto de trabajo a pesar de los cinco grados a los que calibraba el agua del chorro sólo está al alcance de los mejores.

Después de unos larguitos, al jacuzzi. El problema era el reducido espacio del mismo, lo que ocasionaba que algunos días hubiese
overbooking y choque incontrolados de pies en las profundidades del agua. Pero la sensación de relax era tan elevada, que muchos días decidimos pasar directamente de los vestuarios a las burbujas del jacuzzi, sin aparatos de musculación, sin tablas de ejercicios, sin El diario de Patricia…

Y como colofón, una saunita o baño turco. Sólo un problema,
hacía mucho calor

PD- La gente en los gimnasios es muy cachas, usan camisetas muy ajustadas, llevan tatuajes muy chungos, pero todo es fachada. A la hora de la verdad, desnudos en los vestuarios, descubres que una gran mayoría se ha olvidado de entrenar la parte más importante del cuerpo… el cerebro.